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viernes, 17 de febrero de 2012

El montaplatos

El 17 de marzo de 1966 el grupo “Nuevo teatro experimental” estrenó en el Ateneo madrileño dos piezas cortas de Harold Pinter: El amante y El montaplatos. Daniel Böhr fue el director del doble montaje que, en mayo de ese mismo año, se exhibió comercialmente en el teatro Infanta Beatriz con el paraguas del Teatro Nacional de Cámara y Ensayo.  Cuarenta y seis años después Andrés Lima dirige la segunda de las piezas – El montaplatos- en las Naves del Español.
 

No tengo ninguna afición por el teatro de Pinter. Especialmente por Regreso al hogar, una obra que aborrezco. Así que mi interés para ir al Matadero era ver cómo Lima pone en pie uno de los textos menos representados en España de este premio Nobel. Por cierto que, hace tres meses, Tamzin Townsend lo dirigió en LaGrada.

Dos hombres –dos sicarios- esperan encerrados en un sótano asfixiante una llamada que anunciará un nuevo asesinato. En la tensa espera ambos dan rienda suelta a sus nervios con una serie de situaciones absurdas, patéticas y hasta humorísticas. Llega la llamada y aparece la víctima. Hasta aquí se puede contar.

Lima ha conseguido realizar un brillante ejercicio teatral que comienza en el momento que los espectadores ocupan el enorme hueco negro donde se va a desarrollar la representación. El público es un ente fantasmagórico que acecha en la sombra a los dos asesinos. Entre las dos gradas, un par de camastros, dos puertas y el montaplatos del título. Y dos actores: Alberto San Juan y Guillermo Toledo. Ambos en estado de gracia interpretativa. Lo suyo es pura coreografía.
Tras un preámbulo estático, los personajes se van acelerando en un ejercicio que desemboca en el frenesí cuando el montaplatos entra en acción. Transitan entre la camaradería, la mezquindad, la desconfianza, la duda… Pero no entre el arrepentimiento. Solamente Gus, el más extrovertido de los dos, muestra algún signo de remordimiento por lo que hacen.

San Juan y Toledo están constantemente lanzándose a la yugular. Y cuando se relajan es para preparar el siguiente asalto. Un trabajo extenuante que mantiene clavado en la butaca al espectador.
Teatro absurdo, teatro esperpéntico, disparatado que nos remite a Beckett e, incluso, a Arrabal, nacido dos años más tarde que Pinter. Resumiendo: a pesar de Pinter, el espectáculo me resultó sumamente interesante.

Antonio Castro (madridiario.es)

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