¿Y cómo vengo yo a recomendar este libro? Con la que está cayendo, con el mal cuerpo que se le pone cada día a cualquier ciudadano medianamente consciente cuando repasa las noticias, y les pido encarecidamente que lean Cenital. Un libro en el que Emilio Bueso se pone el disfraz de profeta apocalíptico sin concesiones, en el que recoge todos los fantasmas que entrevemos con el rabillo del ojo y los combina para producir casi 300 páginas demoledoras, sin fisura para la esperanza.
Pero mi recomendación tiene dos anclajes sólidos: en primer lugar, el libro es bueno.
Tal vez una de las cinco mejores novelas españolas de ciencia ficción de la historia, aunque con el veredicto en parte pendiente a causa de la estrecha relación con la realidad actual de la historia. En segundo, creo que es positivo que, en el contexto actual, todos seamos ciudadanos lo más conscientes posible. De lo que nos jugamos, de quiénes somos en el fondo de nuestras tinieblas, de donde podemos ir si un buen día se terminan todas las razones para que los ricos den trabajo a los obreros, los bancos presten dinero a los ciudadanos o los gobiernos cuiden de los desvalidos.
Vale, quizá no debería haber escrito esto.
La novela se estructura en capítulos de distinta naturaleza: unos son simples discursos que su protagonista, Destral, fue colocando en su web en el proceso hasta la creación de su ecoaldea independiente, Cenital, en busca de socios que compartieran su visión de la caída de la sociedad por la crisis económica y el agotamiento del petróleo. Otros capítulos son descripciones de esos compañeros, todos conocidos por sus nicks de internet, y cómo se fueron incorporando al proyecto. Finalmente, se intercala un argumento central, que en rigor apenas ocupa un tercio del relato: un posible ataque exterior para hacerse con los modestos recursos acumulados por el poblacho de Cenital, que nos sirve también para conocer la forma de vida sostenible, pero repleta de limitaciones, que desarrollaron sus miembros.
Bueso se arma para todo ello de una documentación amplia que distribuye sin fatigar, y exhibe con inquebrantable convicción.
Sus personajes protagonistas son sólidos y guardan secretos para el final que les enriquecen aún más en el recuerdo; los secundarios demasiado tremendistas los dosifica para no perder verosimilitud por sus excesos. Y es en particular encomiable que para la resolución guarde una bomba de cinismo que aleje cualquier tentación de señalar su discurso como maniqueo, cuando es sobre todo misántropo, nihilista.
Debo reconocer que una y otra vez, como lector, se me planteaba la comparación de Cenital con la mejor novela sobre el fin del mundo jamás publicada: La carretera, de Cormac McCarthy. No cometeré el exceso de poner a Bueso a la altura de un libro que, posiblemente, sea el más relevante que se ha publicado en lo que va de siglo en cualquier género literario. Sin embargo, me gustaría señalar que los aciertos principales de McCarthy —a sugerencia, la incertidumbre, el intimismo— son cualidades que han sido deliberadamente desdeñadas en la elaboración de Cenital, convirtiendo su redacción en un tour de force con dificultades adicionales.
Cenital es un documento en el que, cosa infrecuente en la ciencia ficción, todo está explicado, y en el que por tanto no conseguimos la magia de McCarthy de temer visceralmente por los personajes, sino que lo hacemos sobre todo por nosotros mismos como eventuales protagonistas de los mismos acontecimientos.
Tal vez las dos novelas se desarrollen en el mismo mundo, en distintos lugares y momentos; pero McCarthy buscó —y obtuvo— sobre todo un efecto literario gracias a un escenario, mientras que Bueso se arriesga a resultar menos sofisticado al ser más explícito, y alcanza con ello un objetivo totalmente distinto.
El problema ante una novela tan demoledora como Cenital es que resulta tentador recibirla con una risita nerviosa y apartarla de la vista con el gesto que reservamos a los orates.
Es insensato pensar que la literatura prospectiva puede tener una función profética; pero sí forma parte de su naturaleza, en el caso de sus obras más trascendentes y socialmente pertinentes, el carácter admonitorio, que estaba en el trasfondo de 1984 o Todos sobre Zanzíbar como lo está en el de Cenital. Si lo que aquí va a leer le resulta exagerado, envíese un email a su yo de 2007 con un pequeño informe de la situación en las últimos semanas. A lo mejor, desde esa perspectiva, ya hemos recorrido una cuarta parte del camino, tranquilamente. Y para evitar los accidentes, nada mejor que tener una visión clara de las posibles rutas que aguardan por delante, ya que los medios de comunicación y los políticos se empeñan en cambiar la señalización a cada soplo de viento de los auténticos poderes.
Crítica por: Julián Díez / Latormentaenunvaso
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miércoles, 31 de octubre de 2012
jueves, 18 de octubre de 2012
Verdades Verdaderas
Que un joven realizador elija para su ópera prima un tema
anclado en el contexto de la última dictadura militar en Argentina; adopte el
poco frecuente formato biográfico (biopic) y además situado sobre el eje de un
personaje no fallecido, crea una serie de prejuicios respecto de la forma de
abordaje. Porque acecha siempre el riesgo de caer en defectos frecuentes del
cine nacional reciente, como el acartonamiento y la manipulación. Algo que
afortunadamente no ocurre en la asombrosa película de Nicolas Gil Lavedra,
quien con sutileza poco frecuente y madurez supera el riesgo de trabajar con
una historia dolorosa y delicada.
“Verdades verdaderas...” reconstruye la vida de Estela de
Carlotto, desde que era una simple ama de casa, madre y docente en la ciudad de
La Plata hasta convertirse en presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
Lo hace apelando a una narración clásica, que no enfatiza el
costado épico del relato, sino que busca contar una trayectoria paradigmática a
partir de los momentos íntimos de una familia de clase media; en particular, de
quien en los años setenta era una mujer para nada comprometida con el explosivo
clima político de la época, hasta que sufre el secuestro de su hija Laura, de
quien se entera que estaba embarazada y dio a luz en cautiverio.
El mérito de la película es alcanzar un tono propio desde lo
técnico y artistico, distinguiéndose así del abundante corpus de películas
sobre temas semejantes. Para esto cuenta con una sólida narración que va y
viene en el tiempo (de los setenta al 2009), con un excelente trabajo de
ambientación y maquillaje, para la reconstrucción de época. La dirección cuida
en lo posible que lo que ya se mostró sobre el tema, el espectador no lo tenga
que volver a ver, resignificando las cosas sin repetir, buscando originalidad
en la manera de contar, lo que hace de modo clásico, con necesarios quiebres de
la linealidad por los saltos temporales que le dan ritmo a la crónica de una
tragedia familiar y de cientos de familias argentinas de esa época.
El tono de la película es emotivo y dramático, sustentado en
un guión equilibrado para seguir tanto los largos momentos de calvario y lucha,
como los fugaces momentos de felicidad hogareña y las pequeñas alegrías que
fortalecen el alma para seguir adelante.
Párrafo aparte para las estupendas actuaciones, donde Susú
Pecoraro inmejorablemente le pone el cuerpo y el corazón al personaje de
Estela, acompañada por un elenco memorable de grandes actores, donde se destaca
Alejandro Awada, conmovedor en el rol del marido, y la sólida Inés Efron, como
Laura, la hija.
Enfocar la historia de Estela de Carlotto básicamente como
una historia de amor y esperanza es uno de los mayores méritos de la película,
que trabaja en una cuerda sensible pero sin excederse en sentimentalismos.
Contenida y moderada, puede achacársele cierta falta de ritmo o lo extemporáneo
de los inserts finales, donde aparecen personas reales y no personajes,
rompiendo la cohesión cinematográfica del resto.
Pero más allá de lo que pueda
opinarse respecto de estas decisiones narrativas o su poco afortunado título de
rima casi infantil, sobran motivos para elogiar esta historia que busca
momentos formales muy logrados, acordes con su guion que evoluciona como su protagonista,
desde la tragedia personal a la lucha colectiva en un conflicto que va de lo
particular hacia lo universal, dejando un emotivo homenaje a las mujeres que se
hicieron heroínas sin pretenderlo.
FILMAFFINITY
FILMAFFINITY
martes, 9 de octubre de 2012
Bioy
Llega este libro a casa con una nota de prensa* mordida entre sus páginas. En realidad es un completo dossier en el que se anuncia que Bioy, del escritor peruano Diego Trelles Paz (1977), es la novela ganadora del premio Francisco Casavella 2012. No faltan tampoco las frases laudatorias de rigor. Trelles, dicen, es Mario Vargas Llosa si éste tuviera treinta años. Por fin, exclama el dossier, aparece un heredero digno de Bolaño. Llega este libro a casa, decía, con esta guarnición y automáticamente desconfio.
Creo que a estas alturas el marketing ya no nos puede pillar por sopresa. Al revés, suele tener un efecto contrario al que se busca: un exceso de adjetivos, de alabanzas de escritores consagrados, me provoca, en general, la huida. Me sorprenden siempre las ediciones americanas porque no suele faltar en las portadas una frase impactante y entrecomillada. Me gustan las portadas que atraen por un diseño trabajado o a las que llegas por el azar. Y en general compro libros recomendados por otros lectores (amigos o profesionales). Sin embargo, con tantos libros publicados al año es difícil que una editorial deje nada a la suerte o al boca a boca. De ahí, las fajas en rojo recordando que el libro va por la decimoquinta edición. Pero al ser un escritor joven al final puede más la curiosidad y un poco, lo reconozco, la mala baba. Descubramos, desenmascaremos al heredero de Bolaño.
Y lo cierto es que Trelles se ha cargado los prejuicios con su prosa pulida y afilada, y con una trama que se va revelando a trozos y en boca de distintos personajes. Quizás es ahí donde surja tímidamente el Bolaño de ‘Los detectives salvajes’, en esas voces como fichas que al final se unen perfectamente en un puzle. Ese es un primer punto a favor: sí, la novela está bien cocinada y Trelles nos la sirve en su punto, todavía rosada, aunque deconstruida, como parece que mandan los tiempos. Se mastica con facilidad.
‘Bioy’ está dividida en cuatro partes pero casi todo gira en torno a la tortura de una mujer por un comando militar en plena lucha en Perú contra Sendero Luminoso. Hay saltos en el tiempo, de un personaje a otro. Trelles cambia de registro, pasa de la primera a la tercera persona, usa recursos cinematográficos y hasta imita la escritura de un blog. Hay violencia y poco sitio para las concesiones. Hay, inevitablemente, un juego metaliterario final. ‘Bioy’ quiere ser, ante todo, un ejercicio de estilo.
Se agradece el esfuerzo y en la mayoría de ocasiones sale airoso. Especialmente lograda me parece la segunda parte, más lineal y sencilla, más clásica: el diario de un policia infiltrado en una banda de narcos. Es donde mejor respira la novela. Quizás tanta fractura pese y se traduzca en la falta de entidad (por falta de espacio) de algunos personajes. Alguna página más creo que no hubiera sobrado.
A ese primer peso la añadiría otro: la tercera parte no acaba de cuajar porque es otra cosa completamente distinta. La novela frena y se mete en una farragosa sucesión de artículos (formato blog) en los que se habla de literatura y de sexo. Sí, están escritos por un personaje fundamental, pero son como un objeto extraño en las tripas de la novela. Y molesta. Da la impresión de que Trelles necesitaba meter algo de enjundia para darle peso a su novela policiaca. Creo que no hacía falta, creo que son unas páginas que se podían haber aprovechado para apuntalar el resto de personajes, especialmente la figura de Bioy.
Dicho esto, ‘Bioy’ es una novela conseguida, que se mantiene a flote, y Trelles un escritor que apunta maneras. Tendrá tiempo de demostrarlo. En mi caso, además de hacerme pasar un buen rato, ha conseguido que desconfíe un poco menos (sólo un poco) de las fajas de colores y de las frases entrecomilladas.
papelenblanco.com