J.J. Abrams. Añade estas palabras mágicas a los créditos de una serie y la naturaleza se encargará de que los focos se posen en tromba sobre tu marquesina. Y sin preguntar… Bueno, al menos esto es lo que acontecía hasta no hace mucho. El nombre del director de “Super 8” ha sido durante largo tiempo un potentísimo imán que ha atraído cual agujero negro a todos los freaks de la series, atrapados en los vericuetos metafísicos de “Perdidos” y necesitados de ese chute sin igual de misterio, drama, física extrema y épica religiosa. Después de haber dejado dos títulos de entidad como el drama estudiantil “Felicity” y la magnífica epopeya de espionaje “Alias” –dos clásicos televisivos en su género–, Abrams se embarrancó en el abrumador e inesperado éxito de “Lost”, más que una serie, un icono, una religión, una nueva forma de entender la tele y desmenuzar sus mecanismos de ficción. Un monstruo de humo negro que devoró a su propio padre.
Con el adiós de la isla encantada, el aura mesiánica del ídolo comenzó a desintegrarse como un castillo de naipes expuesto a los elementos. De hecho, su único acierto post-“Perdidos” es “Fringe”, serie imprescindible para los amantes de la ciencia-ficción, aunque demasiado apegada a la liturgia geek como para arrastrar a sus realidades paralelas a todos las masas de seguidores de Locke, Sawyer y compañía. A partir de este punto, cada año hemos vivido varias anunciaciones, serafines con trompetas mediante, que nos advertían sobre el resurgir del profeta televisivo. “¡Por fin, lo nuevo de Abrams!”, “¡Abrams vuelve con la próxima Perdidos!”, “¡Abrams ya está aquí, y solo se salvarán los que han creído en él, no vosotros, pecadores, sarracenos, infieles, apóstatas!”. Pues ya no cuela, oiga.
Lo cierto es que el distintivo Abrams, otrora sinónimo de calidad e innovación, ha ido perdiendo empaque a fuerza de ser incluido, a la sopa boba, en infinidad de subproductos insultantes. La sobreexplotación de su apellido han derivado en lo que cabía esperar: las dudas. ¿Es Abrams realmente el genio que nos intentaron vender, o un tipo que presta su heráldica a las cadenas para sacar tajada aprovechando las rentas de un solo hit? Uno no puede evitar pensamientos sucios de esta índole; de hecho, después de fracasos tan estrepitosos como “Undercovers”, “Alcatraz” o “Person Of Interest”, no son pocos los que se han atrevido incluso a poner en entredicho el papel y aportación del gurú como supuesto ideólogo de “Perdidos”.
Y en un momento en que la fe “abramsiana” está más horadada que los calzoncillos de Pete Doherty, llega lo que parece el último intento por recuperar el feeling “Lost”, con nuestro hombre incluido en los créditos a modo de productor. La maquinaria de la NBC se ha puesto manos a la obra para dejar bien claro que “Revolution” –que estrenó anoche el canal digital SyFy para España– es la estocada definitiva, y que los huérfanos de “Perdidos” ya pueden dejar de automutilarse los antebrazos con hojas de afeitar oxidadas. Admito que me convencieron los avances, pero la excitación se ha desvanecido después de catar un episodio piloto desaborido y urgentemente necesitado de una buena dosis de punch. Cabe decir, por otra parte, que tampoco hay que ensañarse con Abrams, por muy bien que siente darle estopa; parte de la culpa la comparte con el creador de la serie, Erik Kripke, padre también de la mediocre y longeva “Supernatural”.
La idea de partida de “Revolution” es de lo más estimulante. En una era de adicción a la tecnología, la serie nos propone un futuro apocalíptico en el que no hay energía, no hay electricidad. Un apagón mundial de trágicas proporciones que ha transformado por completo el ADN social y las estructuras de poder de la humanidad. Como cabía esperar, los escenarios son espectaculares y los pasajes de acción están rodados con buena muñeca. En el apartado técnico, el episodio piloto, dirigido por Jon Favreau, aprueba con holgura.
El problema es que el desarrollo de la historia sabe a chicle mascado desde el comienzo. “Revolution” no es ni mucho menos revolucionaria, antes al contrario, se revela como una serie amarrada al tópico, con giros previsibles y una exposición argumental plana, sin chispazos que te dejen paralizado, sin un solo elemento que te haga sentir el pálpito de estar viendo una buena serie de ciencia-ficción, algo grande. Y aunque los geeks agradecerán las constantes referencias y homenajes al género –ahí está la familia Matheson, por ejemplo–, el bulto de la serie no es más que una idea jodidamente buena desaprovechada solo para contentar el cerebro reptiliano del espectador, el mismo que pide peleas, persecuciones, malos, buenos y palomitas para microondas. Ni siquiera convence el casting, que como único reclamo de calidad tiene a un Giancarlo Esposito comprometido con la causa.
Sólo veo una forma de salvar esto y convertir una serie fast food en algo parecido a un delicatessen mainstream. Cuanto antes entren en harina los guionistas y nos muestren como Dios manda las razones que han ocasionado el crack energético, antes nos engancharemos a un desarrollo que, como folletín de acción post-apocalíptica, no le llega a la suela del zapato a productos similares y mucho más modestos, verbigracia, la serie de culto “Jericho”.
Admito que si cotejamos “Revolution” con los futuros devastados más inmediatos de la televisión yanqui, la soporífera “Falling Skies” y esa “Terra Nova” que bien podría llamarse Terra Mítica, no hay más remedio que vislumbrar sus virtudes, pero dentro de la televisión actual, no deja de ser un entretenimiento de rebajas en un mercado lleno de ficciones de alta costura. A menos que la cosa mejore dramáticamente, cuesta horrores pensar que los espectadores vayan a perder el tiempo con esto, disponiendo de una parrilla con semejante volumen de calidad y tantos títulos que seguir ciegamente. Por cierto, leo antes de poner fin a estas líneas que J.J. Abrams está preparando una serie de robots y policías. ¿Una mezcla de “Robocop” y “Canción Triste de Hill Street”? Por pedir que no quede.
Óscar Broc (PlayGround Magazine)
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